12.8.09

Crónica de otra césarea anunciada








Está bien. Debo reconocerlo. Durante éste, mi segundo embarazo, no hice demasiadas cosas para relajarme: nunca retomé mis clases de yoga, abandoné las de relajación después de la primera visita, no me hice ni una sola sesión de masajes. No hice terapia. No hice curso de preparto.


Y así llegamos a la fecha de parto. Digo, llegamos es una forma de decir, llegué solita, ansiosa, como pude, porque si es por el bebé parecía querer quedarse adentro quien sabe hasta cuando. Cero contracciones. Cero dilatación. Nada de nada. Otra vez me quedé con las ganas de poner en práctica la teoría. Me quedé con las ganas de pujar. Otra vez césarea programada. Qué lo parió.


Hasta la noche anterior tuve esperanzas, pero ya a las seis de la mañana del día previsto tuve que resignarme: me duché, preparé la ropa y hubo por supuesto tiempo para la planchita. Llegamos al sanatorio de la Trinidad diez minutos antes y al entrar al hall, todo impecable y tranquilo, tuve la sensación de estar llegando de vacaciones a un hotel cinco estrellas: "Esto es Hollywood"- le dije a Hernán. Internarse así, sin apuros ni dolores no tiene ninguna gracia.


Hechos los tramites, llegó la partera, esta vez sí era una cara conocida y por cierto, amable.


¿Número de habitación? 172. "Subí, cambiate y esperame que te voy a poner el suero". Así nomás. Parecía un trámite. Hubo tiempo para una foto más en la entrada a la materniad (y sí, definitivamente parecían vacaciones). Con el suero llegó la acción. A los cinco minutos del pinchazo en las venas (porque fueron dos y dolieron) empecé a sentir un calor en el cuello y vino la "Señora tos" (como dice mi hija Victoria). No sabía que me pasaba exactamente pero no podía dejar de toser. Hernán, simplemente, no creía lo que veía: "¿Te resfríaste, mi amor?, justo ahora" o "¿tomaste frío?", algo así me dijo, me causó gracia, pero no podía explicarle a causa de mi malestar. "Llamá al médico, mejor". Eran las ocho y cuarto. Ocho y media entraría al quírofano. Por un segundo pensé: "Esto se suspende". "Yo así no entro". La que sí entró justo en ese momento fue mi madre, con cara forzada de "todo va a salir bien" pero sin decirlo supe que tenía más miedo que yo. Disimulé y le devolví una cara de "estoy perfecta". Allá vamos. El médico me explicó que había tenido una reacción alérgica a la medicación que me dieron. Nada que un decadrón no solucionara casi al instante. Se fue el ataque de tos y partí para el quirófano, dejando atrás a mi madre y sus lágrimas. Allí todo me era familiar, hasta el anestesista era el mismo que cuando nació mi primer bebé. Repasemos: anestesia, conversaciones banales entre las enfermeras (ésta vez hablaban de la farándula) Y mientras en la sala se debatía acerca de la infidelidad de la esposa de Tinelli (parece que la habrían pescado con Juan Darthés) a mi me embadurnaron, me pincharon y me acostaron en la camilla. Lo próximo por venir también lo conocía, lamentablemente. Sólo que está vez quería estar despierta para ver salir a mi hijito. Ver entrar al Dr. G. me ayudó a juntar coraje. Ésta vez el gordo no me había abandonado y me daba cierta tranquilidad que fuera él el encargado de hacer el corte de gracia. Porque digámoslo con todas las letras: te cortan almedio. Y es mentira que no lo sentís. Me exasperan las mujeres (y no fueron pocas) que me han dicho: "La césarea es una pavada, si no sentís nada" ¿Quéeee? No faltemos a la verdad, señoras, es un horror y a mí por lo menos me duele, les juro que me duele. Pero esta vez no me dormí. Y aguanté. Y tal vez fueron las ganas de parir o el sufrimento de parto que quedaría pendiente, pero cuando por fin me di cuenta que Joaquín salía me dolió el alma y sufrí y entonces me dije: será solo una sensación o será el cagazo que tengo pero siento que lo estoy pariendo. Y salió. Y me levanté. Y lo vi. Cabezón. Colorado. Inmenso. Gigante. Un extraterrestre que había llegado para quedarse. Mi hijo. Nuestro hijo. El hijo varón que siempre soñé. Y sanito. Lo mejor fue que parecía sanito. Enormemente raro. Un momento increíblemente raro. Escuché al médico decir que se parecía a Macalister. Alguien dijo que era un rubio hermoso. El papá no me acuerdo bien qué dijo, pero pude saber que lloraba. Su papel, está vez no fue tan prótagónico como en el parto anterior en el que lo dejé solito, pero tuvo una participación clave: en los peores momentos, cuando sentía que yo aflojaba o cuando sentía mucho miedo lo escuché decir: "Dale flaca, si no aflojás te prometo que cambiamos el auto y nos vamos de vacaciones los cuatro". Y me imaginé eso. Fue casi un chantaje pero vaya sirvió de incentivo. Tu papá Joaquín, es un genio.


Y a pesar de los dolores, y a pesar de los puntos, y a pesar de estar pensando en la adopción para mi próximo hijo, puedo decir que esta vez pasé la prueba con éxito. La tercera ¿será la vencida?

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