11.7.07

Despedida

Otra vez había llovido y mis zapatos parecían hechos de tierra de tanto andar por el barro. Caminé cuesta abajo desde la estación hasta la casa donde vivía desde hacía unos días nomás. Vi luz en el taller, Vibrión salió a mi encuentro. Había alguien. Mi tío Rodolfo ya me había hablado de él, así que no me sorprendió. Esa noche conocí a Carlos, “El Grande” para todo el mundo, y me invitó a cenar con él.

Después vinieron muchas noches de comer juntos, de compartir cervezas y cigarrillos. El Grande me contaba historias de asaltos a trenes para robar azucar, de sus días como boxeador y sus noches como luchador de cachascán, de su trabajo en el circo alimentando a los leones y tantas, tantas otras cosas. Al Grande le gustaba conversar, y a propósito me ponía al revés los diarios que usábamos como mantel para que no pudiera leerlos en la mesa. Era una persona muy sensible, y daba ternura verlo arrullar desde sus dos metros un pajarito caido del nido, y enterrarlo a la mañana siguiente.

Por casualidad me enteré de su muerte. Es cierto que ya no voy mucho por San Isidro, y que los fines de semana se volvía a San Antonio de Padua, con su familia. La última vez que lo vi fue el día de mi casamiento. Miró a la cámara, y me dejó este saludo.

Chau, Grande.