2.10.06

Otro cuento de mi hermano el Tucu, publicado originalmente en la revista "Sonríe, mañana será peor".

Es el dia de hoy, en una triste y nostalgica noche, que me dispongo a contar los hechos que mi mente se niega a olvidar.

Morireis como imbéciles

Esa tarde estabamos reunidos en la irregular pileta del parque Rivadavia, desde hacia varios años solo habitada, en vez de por peces, por niños corriendo detras de una pelota, lo que causa casi el mismo efecto a la vista. Chicos, murio Paco -dijo Luis, sin demasiado preambulo y se echo a llorar. Por un minuto ninguno reacciono, permanecimos quietos como gato acechante, hasta que las malditas lagrimas acudieron a nuestras caras. Paco tenia 19 años, era hijo único de dos pobres tipos para los que era todo, hasta que un chofer del 111 se creyo en posesion de su vida y lo mando con los gusanos: bajo tierra. A la noche, en el entierro, nadie quiso evitar el vómito al ver la cara del Paco, ni la habil maquilladora pudo disimular el freno, increiblemente, marcado indeleble, sobre el párpado blanco y frio.

Empezamos por el 111, pero éste no pudo calmar nuestra sed y nos vimos obligados a quemar por lo menos 10 autos, esto no nos alcanzo, pero era suficiente por un día. -Guido, para vos -dijo mi vieja- es Martín. -Hola, Martín, ¿viste el noticiero? -balbuceó éste- estos hijos de puta se alertan porque quemamos 10 autos y del pobre Paco que era de carne y hueso no hablan. -Che, tengo miedo, yo se que tenemos razon, pero la carcel no me gusta nada. -Pero no seas cagón- le grite de mal modo, no podes dejar que maten gente porque si, no ves que sos un pelotudo- no contestó, cortó directamente.

Nuestro ánimo piromaníaco se fue acrecentado; el fuego nos introducía en su sagrado secreto que algunos creen explicar con la pavada de la combustión; nuestro metodo era rapido y eficiente, un generoso chorro de nafta y un fósforo, luego hacer como que apagábamos. Dedicábamos cada quematina "este es por el hijo de puta que me encerro, y ardía un Falcon, "este por el que me toco bocina" y un Sierra se transformaba en energia lumínica, que lo parió, que lo disfrutabamos. La policía, siguiendo consejos de las aseguradoras, no nos molestaba, pues 10 autos que se queman, no quita a miles de conductores sacando seguros. Seguían ardiendo autos por la capital, no solo eramos nosotros los incendiarios, nos enteramos de decenas de casos de ciclistas resentidos.

El asunto me tenia absorvido, hasta me habia olvidado de Luisa, esa gentil dama, que sin yo pedirlo, me habia guiado por el paseo del amor; ella iba a mi casa y yo no la veía, solo le hablaba del triunfo de los sufridos ante los comodos, de que habia estallado nuestra pequeña venganza, y ella, con su pollerita a cuadros: lloraba.

Nos encontramos en el puesto de Pepe 0,30, Luis, Monje, Marcote y yo, toda la ciudad hablaba de lo que nosotros habíamos empezado.

Muchachos -dijo Luis, con un escudito de Mercedes Benz colgado del cuello- sigamos quemando. -Más bien que se lo merecen, ademas ellos lo mataron -Gritó exaltado Marcote. Monje, haciendo alusión a su apodo, se mantenía pensativo. Incendiamos un Renault Fuego (je) y nos fuimos a lo de Martin, que, pese a los gritos, no nos abrió. La cosa se estaba poniendo dura; ante la pasividad policial, los dueños de autos estaban haciendo justicia por mano propia, habían agarrado e incendiado a dos pibes en Moreno, y un par más en flores, pero nosotros, debíamos luchar y lo hicimos. Yo incendié el auto de mi viejo, y lo mismo hicieron los demas, lo veíamos al Paco, en el cielo, sonriendo alado en su bici.

Hacía falta una tragedia para despertarnos, y sucedió, Marcote incendió un Chevi con un viejo adentro, que resultó ser mi abuelo, recién ahí nos dimos cuenta que habiamos ido demasiado lejos, que esa guerra ya no era nuestra, que no podíamos revivir a Paco, ni a mi abuelo, en fin, que era una guerra inútil, como todas.

Suspendimos nuestras acciones, regresamos a la vida normal, a los fulbitos en la plaza, a las charlas intranscendentes, a reirnos de nada y con Luisa, seguimos paseando.

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